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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

dido. Sobre este punto había quedado satisfecho con el paseo que di con Vd. alrededor del edificio. Cerca de cinco pies y medio más abajo de la ventana, hay una cadena de pararrayos. Desde allí hubiera sido imposible para cualquiera el alcanzar sólo al alféizar.

«Observé, sin embargo, que los postigos del cuarto piso eran de esa clase especial llamados ferrades, por los carpinteros parisienses — una clase raramente empleada en nuestros días, pero que pueden verse á menudo en las viejas casas de Lyon y de Bordeaux. Son de la forma de una puerta ordinaria (de una batiente, no de dos) excepto en esto: en la mitad inferior están enrejados con alambre — ofreciendo así un excelente asidero para los manos. En el caso presente, estos postigos son de tres pies y medio de ancho.

«Cuando los vimos desde los fondos de la casa, estaban los dos entreabiertos, es decir, haciendo ángulo recto con la pared. Es probable que la Policía, lo mismo que yo, examinara la parte trasera de la casa; pero si es así, mirando esos ferrades en la línea de su anchura (como debe haberlo hecho), no percibió la gran anchura misma, ó en todo caso, no la tomó en la debida consideración. Estando convencida de que ninguna salida podía haberse efectuado por ese lado, debe haber hecho en él un examen muy ligero. Era claro para mí, sin embargo, que el postigo perteneciente a la ventana á que daba la cabecera del lecho podía, si se le abría enteramente á lo largo de la pared, alcanzar hasla dos pies de la cadena del pararrayos. Era también evidente, que por medio de un extraño grado de actividad y valor, se podía haber efectuado una entrada por la ventana, desde el pararrayos. Alcanzando á la dis-