engaño, el francés supondrá simplemente que he sido engañado por algunas circunstancias que no querrá tomarse el trabajo de averiguar. Pero si tengo razón, hay un gran punto ganado.
«Sabedor, aunque inocente, del asesinato, el francés naturalmente vacilará sobre si responderá al aviso — sobre si reclamará el Orangután. Razonará así: Soy pobre; mi Orangután es de un gran valor — para mis circunstancias, es una fortuna — ¿por qué iré á perderle por tontas aprensiones? Esta ahí, en mis manos, puede decirse. Ha sido encontrado en el bosque de Boulogne — á una gran distancia del teatro de la carnicería.? Cómo podrá sospecharse jamás que una bestia sea la autora de esos asesinatos? La Policía está á oscuras — no ha podido hallar la más pequeña huella. Aunque encontrasen alguna vez el rastro del animal, les seria imposible probarme que sé algo del asesinato, ó encontrarme delito por ese conocimiento. Sobre todo, se me conoce. El que ha hecho el aviso me designa como el poseedor del animal. No estoy seguro sobre la extensión de sus datos á este respecto. Si dejara de reclamar tan valiosa propiedad, á la que se sabe tengo derechos, no conseguiré sino hacer sospechoso al animal. No es prudente atraer la atención ni sobre mi mismo, ni sobre la bestia. Contestaré el aviso, obtendré el Orangután, y lo guardaré hasta que este asunto sea olvidado.
En este instante oimos pasos en la escalera.
— ¡Esté Vd. pronto! dijo Dupin — prepare las pistolas, pero ni las use ni las muestre hasta una señal mia.
La puerta de la calle había sido dejada abierta, y el