hábitos de extravagante meditación. Dispuesto, en todo tiempo, á las abstracciones, caí prontamente en ellas con su humour; y continuando en nuestros cuartos del Faubourg Saint-Germain, dejábamos el futuro á los vientos y reposábamos tranquilamente en el presente, cruzando en sueños el oscuro mundo de nuestro alrededor.
Pero estos sueños eran interrumpidos algunas veces. Puede fácilmente suponerse que el rol jugado por mi amigo en el drama de la calle Morgue había hecho impresión en el ánimo de la Policía parisiense. El nombre de Dupin se convirtió, para sus agentes, en una palabra familiar.
El simple carácter de las inducciones con que había desembrollado el misterio no había sido explicado ni aun al Prefecto, ni á ninguna otra persona que á mí; no es sorprendente que el asunto fuera mirado como poco menos que milagroso, ó que la capacidad analítica de Dupin adquiriera para él, el crédito de la intuición, Su franqueza hubiera hecho desengañar de esa preocupación á cualquier curioso; pero su humour indolente le prohibía toda agitación ulterior sobre un tópico cuyo interés había cesado hacía tiempo para él. Sucedió que la Policía puso en él los ojos, como en un faro guiador; y no fueron pocas las veces que se pretendió utilizar sus servicios en la Prefectura. Uno de los más notables ejemplos fué el del asesinato de una niña llamada María Rogêt.
Ocurrió este suceso como dos años después de la atrocidad de la calle Morgue. María, cuyos nombres cristiano y de familia, llamarán la atención por su parecido con los de la infortunada «cigargirl», era la