saba una ignorancia total; lo mismo que antes. María con la señora Rogêt replicaba á todas las preguntas, que la última semana la había pasado en el campo, en casa de una parienta. Así se apaciguó el asunto, y fué olvidado por todo el mundo; porque la joven, ostensiblemente para librarse de la impertinencia de la curiosidad, dió pronto un último adiós al perfumista y se refugió en la residencia de su madre, calle Pavée Saint-Andrée.
Fué cerca de cinco meses después de su retorno á la casa, que sus amigos se alarmaron por una segunda desaparición repentina. Corrieron tres días, y no se supo nada de ella. Al cuarto día su cuerpo fué encontrado flotando en el Sena, cerca de la ribera opuesta al barrio de la calle Saint-Andrée y en un punto no muy distante de la apartada vecindad de la Barrera de Roule.
La atrocidad de este asesinato (porque era evidente que se había cometido asesinato), la juventud y belleza de la víctima, y sobre todo, lo conocida que era, conspiraban para producir una intensa excitación en el ánimo de los sensitivos parisienses. No me acuerdo que ningún otro accidente de este carácter haya producido jamás un efecto tan general y tan intenso. Durante, muchas semanas, en la discusión de este absorbente tema, fueron olvidados hasta los importantes tópicos de la política diaria. El prefecto hizo esfuerzos que no había hecho nunca; y los medios de toda la Policía parisiense fueron empleados en todos sentidos.
Después del descubrimiento del cadáver, no se supuso que el asesino pudiera escapar, por más de un breve período, á la inquisición que fué inmediatamente puesta