proporciones de una manía nacional, deja en los espíritus muy poco lugar para la cosas que no son de la tierra. Poe, que era de buen tronco, y que por otra, parle creía que la gran desgracia de su país, era no tener aristocracia de raza, atento decía, que en un pueblo sin aristocracia el culto de lo Bello no puede más que corromperse, empequeñecerse y desaparecer — que acusaba entre sus conciudadanos, hasta en su lujo enfático y costoso, todos los síntomas del mal gusto característico de los parvenus — que consideraba el Progreso, la gran idea moderna, como un éxtasis de papa-moscas, y que llamaba á los perfeccionamientos del habitáculo humano, cicatrices y abominaciones rectangulares. — Poe era entre ellos, un cerebro singularmente solitario. No creía más que en lo inmutable, en lo eterno, en el self same, y gozaba — cruel privilegio en una sociedad enamorada de sí misma — de ese gran buen sentido á lo Maquiavelo, que marcha delante del sabio, como una columna luminosa, á través del desierto de la historia. — ¿Qué hubiera pensado, qué hubiera escrito, el infortunado, al oir á la teología del sentimiento suprimir el Infierno por amistad al género humano, al filósofo de la cifra proponer un sistema de seguros, una suscrición de un sueldo por cabeza para la supresión de la guerra, y la abolición de la pena de muerte y de la ortografía, dos locuras correlativas, y tantos otros enfermos que escriben con el oído inclinado al viento, fantasías giratorias tan flatuosas como el elemento que se las dicta? — Si agregáis á esta visión impecable de lo verdadero — enfermedad en ciertas circunstancias, — una delicadeza exquisita de sentidos á la que torturaba una sola nota
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