— Simple y singular, dijo Dupin.
— Y bien, si; y no exactamente una, sino ambas cosas á la vez. Sucede que hemos sido desconcertados porque el asunto es tan simple, y sin embargo nos confunde á todos.
— Quizá es precisamente la simplicidad lo que desconcierta á Vd., dijo mi amigo.
— ¿Qué desatino dice Vd. ahí? replicó el Prefecto, riendo de todo corazón.
— Quizá el misterio es demasiado sencillo, dijo Dupin.
— ¡Oh! ¡por el ánima de!... ¡quién ha oído jamás una idea semejante!
— Demasiado evidente por si mismo.
— ¡Ja! ja! ja!... ja! ja! ja! hizo nuestro visitante, profundamente divertido; ¡oh! Dupin, Vd. me va á hacer reventar de risa.
— ¿Y cuál es, por fin, el asunto de que se trata? pregunté.
— Se lo dirė á Vd., replicó el Prefecto, profiriendo un largo, fuerte y reposado puff, y acomodándose en su sillón. Se lo diré en pocas palabras; pero antes de comenzar, le advertiré que este es un asunto que demanda la mayor reserva, y que perderia sin remedio mi puesto si se supiera que lo he confiado á nadie.
— Continúe Vd., dije.
— Ó no continúe, dijo Dupin.
— De acuerdo; he recibido personal informe de un altísimo personaje, de que un documento de la mayor importancia ha sido robado de las habitaciones reales, El individuo que lo robó es conocido; sobre este punto no hay la mínima duda; fué visto en el acto de llev ar-