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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

haber pronunciado una sílaba desde que Dupin lo había requerido para que llenara el cheque.

Cuando nos quedamos solos, mi amigo entró en explicaciones.

— La policía parisiense, dijo, es sumamente buena en su especialidad. Es perseverante, ingeniosa, astuta y perfectamente versada en los conocimientos que sus deberes parecen necesitar con más urgencia. Así, cuando G*** nos detalló su modo de registrar los sitios en el hotel de D***, sentí entera confianza en que hubiese practicado una satisfactoria investigación, hasta donde se extendía su labor.

— ¿Hasta donde se extendía su labor? pregunté.

— Sí, dijo Dupin. Las medidas adoptadas eran, no solamente las mejores de su clase, sino que se acerca­ban á la perfección absoluta. Si la carta hubiera estado oculta en la linea de esa pesquisa, los agentes de poli­cía, indiscutiblemente, la hubieran encontrado.

Me sonreí por toda respuesta, pero mi amigo pare­cía perfectamente serio en todo lo que decía.

— Las medidas, pues, continuó él, eran buenas en su clase y bien ejecutadas; su defecto está en ser ina­plicables al caso y al hombre. Un cierto conjunto de recursos altamente ingeniosos, son para el Prefecto una especie de lecho de Procusto, á los que adapta forza­damente sus designios. Así es que perpetuamente yerra por ser demasiado profundo, ó demasiado super­ficial en los asuntos que se le confían, y muchos niños de escuela son mejores razonadores que él. He cono­cido uno, de cerca de ocho años de edad, cuyos éxitos adivinando sobre el juego de pares ó nones, atraían la admiración de todo el mundo. Este juego es simple, y