haber pronunciado una sílaba desde que Dupin lo había requerido para que llenara el cheque.
Cuando nos quedamos solos, mi amigo entró en explicaciones.
— La policía parisiense, dijo, es sumamente buena en su especialidad. Es perseverante, ingeniosa, astuta y perfectamente versada en los conocimientos que sus deberes parecen necesitar con más urgencia. Así, cuando G*** nos detalló su modo de registrar los sitios en el hotel de D***, sentí entera confianza en que hubiese practicado una satisfactoria investigación, hasta donde se extendía su labor.
— ¿Hasta donde se extendía su labor? pregunté.
— Sí, dijo Dupin. Las medidas adoptadas eran, no solamente las mejores de su clase, sino que se acercaban á la perfección absoluta. Si la carta hubiera estado oculta en la linea de esa pesquisa, los agentes de policía, indiscutiblemente, la hubieran encontrado.
Me sonreí por toda respuesta, pero mi amigo parecía perfectamente serio en todo lo que decía.
— Las medidas, pues, continuó él, eran buenas en su clase y bien ejecutadas; su defecto está en ser inaplicables al caso y al hombre. Un cierto conjunto de recursos altamente ingeniosos, son para el Prefecto una especie de lecho de Procusto, á los que adapta forzadamente sus designios. Así es que perpetuamente yerra por ser demasiado profundo, ó demasiado superficial en los asuntos que se le confían, y muchos niños de escuela son mejores razonadores que él. He conocido uno, de cerca de ocho años de edad, cuyos éxitos adivinando sobre el juego de pares ó nones, atraían la admiración de todo el mundo. Este juego es simple, y