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LA CARTA ROBADA

es jugado con bolitas. Uno de los jugadores tiene en su mano un número de esas bolitas, y pregunta á otro si ese número es par ó non. Si el preguntado adivina, gana uno; si no, pierde uno. El niño de que hablo, ganaba todas las bolitas de la escuela. Por consiguiente, tenía algún principio para acertar, y éste se basa en la simple observación y medida de la astucia de los jugadores contrarios. Por ejemplo, un consumado bobalicón es su contrario, y levantando su mano cerrada, pregunta: «¿son pares ó nones?» Nuestro niño replica: «nones», y pierde; pero á la segunda prueba gana, porque entonces se dice á sí mismo: «El bobalicón se puso pares la primera vez, y su cantidad de astucia es justamente suficiente para llevarlo á poner nones en la segunda; por consiguiente, apostaré á que son nones»; apuesta á nones, y gana. Ahora, con un babieca un grado más arriba que el primero, hubiera razonado asi: «Este tal, encuentra que en el primer caso aposté á nones, y en el segundo se propondrá á si mismo, en el primer impulso, una simple variación de pares ó nones, como hizo mi otro contrario; pero entonces un segundo pensamiento le sugerirá que ésta es una variación demasiado simple, y, finalmente, se decidirá á poner pares como antes. Por consiguiente, apostaré á pares»; apuesta á pares, y gana. Ahora, este modo de razonar en el niño de escuela, á quien sus compañeros llamaban afortunado, ¿qué es, en último análisis?

— Es simplemento, dije, una identificación del intelecto del razonador con el de su contrario.

— Eso es, dijo Dupin; y después de preguntar al niño por qué medios efectuaba la completa identifica-