No bien concluí de mirar la carta en cuestión, comprendí que era la que andaba buscando. Á la verdad, era, en apariencia, radicalmente distinta de aquella acerca de la cual nos había leído el Prefecto una descripción tan municiosa. Allí el sello era grande y negro, con la cifra de D***; en la otra era pequeño y rojo, con las armas ducales de la familia de S***. Allí la dirección al Ministro, era diminutiva y femenina; en la otra la letra del sobre, á un cierto real personaje, era marcadamente enérgica y decidida; la medida sólo formaba un punto de correspondencia. Pero entonces la naturaleza radical de esas diferencias, que era excesiva, las manchas, la sucia y rota condición del papel, tan inconsistente con los verdaderos hábitos metódicos de D***, y un designio tan sugestivo de la idea de la insignificancia del documento; estas cosas, junto con la visible situación en que se hallaba, á la vista de todos los visitantes, y así, exactamente de acuerdo con las conclusiones á que había yo llegado previamente; estas cosas, digo, eran muy corroborativas de sospecha, para quien había ido con la intención de sospechar.
«Demoré mi visita tanto como fué posible, y mientras mantenía una de las más animadas discusiones con el Ministro, sobre un tópico que sabía que jamás había dejado de interesarlo y excitarlo, guardé mi atención, en realidad, sobre la carta. En aquel examen, confié á la memoria su externa apariencia y arreglo en la tarjetera; y al último, alcancé un descubrimiento que borraba cualquier trivial duda que pudiera haber concebido. Registrando con la vista los filos del papel, noté que estaban más chafados de lo que parecía nece-