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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

hombres más realmente activos que existen, pero esto es cuando nadie lo ve,

«Para pagarle con la misma moneda, me quejé de mis débiles ojos, y lamenté la necesidad en que estaba de usar gafas, bajo el amparo de las cuales examinaba cuidadosa y completamente toda la pieza, mientras en apariencia sólo me ocupaba de la conversación que con él sostenía.

«Puse especial atención en una gran mesa-escritorio, cerca de la cual se sentó, y sobre la que había desparramados confusamente diversas cartas y otros papeles, uno ó dos instrumentos de música y algunos libros. En ella, no obstante, después de un largo y deliberado escrutinio no vi nada capaz de excitar particulares sospechas.

«Por último, mis ojos, examinando el circuito del cuarto, cayeron sobre una miserable tarjetera de cartón afiligranado, quo pendia de una sucia cinta azul, sujeta á una perillita de cobre amarillo, colocada justamente bajo el medio de la repisa de la chimenea. En aquella tarjetera, que tenia tres ó cuatro compartimentos, había seis ó siete tarjetas de visita y una solitaria carta.

Esta última estaba muy manchada y arrugada. Se hallaba rota casi en dos, por el medio, como si un designio de hacerla pedazos por su ningún valor, hubiera sido cambiado y detenido después de haberla partido de aquella manera. Tenía un gran sello negro, con la cifra de D***, muy visible, y había sido dirigida por una diminutiva mano de mujer á D***, el Ministro mismo. Había sido arrojada sin cuidado alguno, y hasta despreciativamente, parecía, en una de las divisiones superiores de la tarjetera.