nunca. El brazo derecho, como antes, obedecia la dirección de mi mano. Pregunté al sonámbulo:
— ¿Sentis aún dolor en el corazón, Mr. Valdemar?
La respuesta fué inmediata pero todavía menos imperceptible que antes:
— Ningún dolor. — Estoy agonizando.
Creí que no fuera prudente seguir incomodándole, y nada más fué dicho ni hecho hasta la liegada del Dr. F***, que fué poco antes de salir el sol; expresó una sorpresa sin limites al encontrar al enfermo todavia vivo. Después de tomarle el pulso y aplicarle un espejo á los labios, me pidió que hablara de nuevo al sonámbule. Lo hice, diciéndole:
— Mr. Valdemar, ¿dormis todavía?
Lo mismo que antes, pasaron algunos minutos sin que replicara; y mientras, parecia que juntaba todas sus fuerzas para hablar. Á mi cuarta repetición de la pregunta, respondió muy débilmente, con una voz casi imperceptible:
— Sí; todavía duermo — agonizando.
Fué entonces la opinión ó más bieu el deseo de los médicos que Mr. Valdemar permaneciera en aquel estado aparentemente tranquilo, hasta que llegara la muerte — y ésta, según todos creian, debia tener lugar de alli á pocos minutos. Terminé, sin embargo, por hablarle todavía una vez, repitiendo simplemente mi anterior pregunta.
Mientras hablaba, hubo un cambio marcado en el aspecto del sonámbulo. Los ojos giraron bajo el párpado casi cerrado, desapareciendo las pupilas haria arriba; el cutis afectaba en general un color cadavérico, que se parecia más el papel blanco que el perga-