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M. VALDEMAR

y pienso todavía, pueden ser enunciadas con exactitud, tanto para comprender lo característico de su entona­ción, como bien adaptadas para hacerse una idea de su peculiaridad extraterrestre. En primer lugar, la voz parecía llegará nuestros oídos—al mio, por lo menos — desde una vasta distancia, desde alguna profunda caverna. Después, me pareció (temo, á la verdad, que me sea imposible ser comprendido) que algo gelatinoso ó glutinoso afectaba mi sentido del tacto.

He hablado de «sonido» y de «voz». Quiero decir que el sonido era de distinta — hasta de sorprendente, de pasmosa silabificación. Mr. Valdemar hablo — evi­dentemente en respuesta á la pregunta que le había hecho pocos minutos antes. Le había preguntado, se recordará, si dormía. Y él había dicho:

— Sí; no; — he estado durmiendo — y ahora — ahora estoy muerto.

Ninguna de las personas presentes afectó negar, ni pretendió reprimir el inexplicable — el tembloroso horror que esas palabras, así pronunciadas, trasmitie­ron á todos. Mr. L*** (el estudiante) se desmayó. Los enfermeros abandonaron la habitación inmediata­mente, y no se pudo conseguir que volvieran. Mis pro­pias impresiones, no pretendo hacerlas inteligibles al lector. Cerca de una hora nos ocupamos nosotros mis­mos, silenciosamente—sin pronunciar una palabra — en hacer volver en si á Mr. L***. Cuando lo consegui­mos, tratamos de hacer una nueva investigación del estado de Mr. Valdemar.

Era el mismo que he descrito la última vez, con la excepción de que el espejo no se empañaba ya, al ser aplicado á sus labios. Una tentativa de sacarle sangre