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EL DOCTOR BREA Y EL PROFESOR PLUMA

persona, un verdadero gentleman de la antigua escuela: agradable aspecto, noble ademán, maneras exquisitas y cierto aire de gravedad, dignidad y autoridad, á propúsito para causar viva impresión.

Mi amigo no presentó y explicó mi deseo de visitar el establecimiento; habiéndole prometido M. Maillard que me trataría con todas las consideraciones posibles, se despidió de nosotros, y no le he vuelto á ver más.

Cuando hubo partido, el director me introdujo en un pequeño locutorio ó recibimiento arreglado con esmero excesivo, y que entre oíras señales de un gusto refinado, contenía muchos libros, dibujos, vasos de flores é instrumentos de música. En la chimenea brillaba un alegre fuego. Sentada al piano veíase una joven muy bella, cantando un aria de Bellini, y á mi llegada interrumpió su canto y me recibió con graciosa cortesía. Hablaba en voz baja, y se notaba en sus maneras algo de violencia interior. Creí observar también huellas de pesar en toda su fisonomía, cuya palidez excesiva no dejaba de tener cierto atractivo. Estaba de riguroso luto, y despertó en mi corazón un sentimiento mezclado de respeto, interés y admiración.

Había oido decir en Paris que el establecimiento de M. Maillard estaba montado con arreglo á lo que se llama sistema de dulzura; que se evitaban en él toda clase de castigos corporales; que rara vez habia habido necesidad de acudir á la reclusión; que los enfermos, secretamente vigilados, gozaban, en apariencia, de gran libertad y que, en su mayor parte, podían circular por toda la casa y los jardines en el traje ordinario de las personas que tienen sus sentidos cabales.

Como todos estos detalles estaban muy presentes en