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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

mi imaginación, ponía especial cuidado en todo lo que hablaba en presencia de la joven, porque nada me au­torizaba á creer que tuviese toda su razón; y en efecto había en sus ojos cierto brillo inquieto que me inducía á creer lo contrario. Reduje, pues, mis observaciones á puntos generales, de los que yo suponía que no podían desagradar ni excitar á una loca. Respondió á cuanto le dije con la mayor sensatez, y hasta pude echar de ver que sus observaciones personales indicaban un buen sentido muy sólido. Pero un largo estudio de la fisiología de la locura me había enseñado á no fiarme de semejantes pruebas de salud moral, y continué, durante toda la entrevista, observando la misma prudencia que al prin­cipio.

En este momento un elegante criado con librea trajo una bandeja con dulces, vinos y otros refrescos que acepté con mucho gusto; poco tiempo después la joven salió del locutorio. Cuando hubo partido, dirigí á mi huésped una mirada interrogadora.

— No, dijo ¡oh! no... es una persona de mi familia..., mi sobrina, persona sumamente recomendable.

— Pido á Vd. mil perdones por mi sospecha, contesté, pero no dudo que Vd. encontrará excusable mi equivo­cación. La excelente administración de su estableci­miento es muy conocida en París, y creo que después de todo sería posible... Vd. me entiende...

— Sí, sí, ni una palabra más acerca de esto; antes bien yo soy el que debo dar á Vd. las gracias por la muy laudable prudencia que ha mostrado. Rara vez encontramos tanta previsión en los jóvenes, y en más de una ocasión hemos visto producirse deplorables acci­dentes por el aturdimiento de nuestros visitantes. Cuando