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EL DOCTOR BREA Y EL PROFESOR PLUMA

joyas, sortijas, pulseras, pendientes, etc., y mostraban los brazos y el seno terriblemente escotados. Observé también que había pocos trajes bien hechos ó por lo menos que no venían bien á las personas que los llevaban. Mirando en torno mío descubrí á la interesante joven que M. Maillard me habia presentado en el locutorio ó recibimiento; pero mi sorpresa fué grande al verla disfrazada con un ridiculo vestido, con zapatos de tacones altos y un gorro grasiento de punto de Bruselas, demasiado grande para ella y que hacía aparecer su cara excesivamente pequeña. La primera vez que la vi estaba vestida, según he dicho, de luto riguroso, que le sentaba admirablemente. En fin había tal aire de rareza en los trajes de toda la concurrencia que me hizo pensar de nuevo en el sistema de dulzura, y sospeché que M. Maillard habia querido ilusionarme hasta el fin de la comida, por miedo de que experimentase durante ella sensaciones desagradables, sabiendo que estaba en compañia de lunáticos; pero me acordé de que me habían hablado en Paris de los provincianos del Mediodía como de gentes excéntricas y apegadas á una multitud de ideas rancias; y por otra, hablando con algunos de los convidados, se fueron disipando bien pronto mis aprensiones casi por completo.

El comedor mismo, aunque no dejaba de ser confortable y de buenas dimensiones, no tenía la elegancia que era de desear. Asi por ejemplo el pavimento no tenía tapiz; verdad es que en Francia se suprime con frecuencia. Las ventanas carecían de cortinas; las maderas cuando estaban cerradas se sujetaban por medio de grandes barras de hierro, colocadas diagonalmente como en las puertas de las tiendas. Observé que la