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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

pieza en cuestión formaba por sí sola una de las alas del castillo, ocupando las ventanas tres lados del pararelogramo, y la puerta el cuarto. Había por lo menos unas diez ventanas.

La mesa estaba espléndidamnente servida, cubierta de hermosa vajilla y de toda clase de golosinas. Era aquello una profusión completamente bárbara, pues había manjares para regalar á los Anakim. En mi vida he visto una ostentación tan monstruosa, un derroche tan extravagante de todas las buenas cosas de la vida; en la disposición y arreglo habia muy poco gusto; y mi vista acostumbrada á las luces suaves se sentia fuertemente molestada por el prodigioso brillo de una multitud de bujías, colocadas en candelabros de plata diseminados sobre la mesa y en toda la habitación, donde quiera que habia sitio. El servicio era hecho por multitud de criados muy activos, y sobre una gran mesa, allá en el fondo de la sala, había sentados siete ú ocho personas con violines, flautas, trombones y un tambor. Estos individuos, en ciertos intervalos durante la comida, me fatigaron mucho con una infinita variedad de ruidos, que tenían la pretensión de ser música y que todos los asistentes, menos yo se entiende, oian con vivo placer.

En suma, yo no podía menos de pensar que había mucho de raro en todo esto; pero después de todo, el mundo se compone de muchas clases de personas que tienen modos de pensar diferentes y una multitud de usos enteramente convencionales. Además yo había viajado demasiado para no ser un perfecio adepto del nihil admirari; asi es que tomé tranquilamente asiento á la derecha de mi anfitrión, y dotado de un excelente