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EL POZO Y EL PÉNDULO

en mis oídos el ruido de sus latidos. Después, una pausa en la cual todo desaparece. Después, de nuevo, el sonido, el movimiento y el tacto, como una sensación vibrante que penetrara mi ser. Después, la simple conciencia de mi existencia, sin pensamiento, situación que duró largo tiempo. Después, muy repentinamente, el pensamiento y un terror calenturiento y un ardiente esfuerzo por comprender lo verdadero de mi estado. Después, un vivo deseo de caer otra vez en la insensibilidad. Después, brusco renacimiento del alma y tentativa de movimiento, seguida de éxito. Y entonces, el recuerdo completo del proceso, de las cortinas negras, de la sentencia, de mi debilidad, de mi desvanecimiento. En cuanto á lo que siguió, el olvido más completo; no es sino muy tarde, y por la aplicación más enérgica que he llegado á recordármelo vagamente.

Hasta ahí yo había abierto los ojos, sentía que estaba acostado de espaldas y sin ligaduras. Extendí mi mano, y cayó pesadamente sobre algo húmedo y duro. La dejé reposar así durante algunos minutos, esforzándome en adivinar dónde podía estar y lo que había sido de mí.

Estaba impaciente por servirme de mis ojos, pero no me atrevía. Tenía miedo del primer golpe de vista sobre los objetos que me rodeaban. No era que temiese mirar cosas horribles, sino que estaba aterrado de la idea de no ver nada. Á la larga, con una loca angustia de corazón, abrí vivamente los ojos. Mi horroroso pensamiento se encontraba confirmado. La negrura de la eterna noche me rodeaba. Hice un esfuerzo para respirar. Me parecía que la intensidad de las tinieblas me oprimía y me sofocaba. La atmósfera se hallaba intole-

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