neo. Colocó nerviosamente la copa sobre la mesa y paseó sobre la concurrencia su mirada fría y casi extraviada. Todos los concurrentes parecían divertise prodigiosamente del éxito de la broma del rey.
— Y ahora, ¡á la obra! — dijo el primer ministro, hombre excesivamente gordo.
— Si, — dijo el rey. — ¡Ea! Hop-Frog, ayúdanos. ¡Danos tipos y caracteres, buen mozo. ¡Tenemos necesidad de carácter! ¡ja! ¡ja! ¡ja!...
Y como esto tenía pretensiones de chiste, los siete ministros hicieron coro á la risa del rey. Hop-Frog también se rió, pero con risa distraída.
— ¡Vamos! ¡vamos! — dijo el rey impaciente — ¿es que no encuentras nada?
— ¡Procuro! — hallar algo nuevo, — respondió el enano completamente turbado por el vino.
— ¡Procuras! — gritó el tirano ferozmente. — ¿Qué entiendes tú por esa palabra? ¡Ah! ya comprendo ¡necesitas aún más vino. ¡Toma! ¡traga eso! — y llenó una nueva copa y se la alargó llena al cojo, que la miró y respiró falto de aliento.
— ¡Bebe! te digo — gritó el monstruo,—ó ¡por los demonios!...
El enano vacilaba. El rey enrojeció de ira. Los cortesanos sonreían con crueldad. Tripetta, pálida como un cadáver, avanzó hasta el asiento del monarca y, arrodillándose delante de él, le suplicó que dispensase á su amigo.
El tirano la miró durante algunos instantes, como estupefacto de semejante audacia. Parecía no saber qué decir ni hacer—cómo expresar su indignación de un modo suficiente.