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EDGAR POE. — NOVELAS Y CUENTOS

— No puedo explicar, — observó muy tranquila­mente y como si en su vida hubiese probado el vino, — cómo se ha realizado esta asociación de ideas; pero justamente después que Vuestra Majestad pegó á la pequeña y le echó el vino á la cara, — justamente después que Vuestra Majestad hizo eso, y mientras el loro produca ese extraño ruido detrás de la ventana, me ha venido á la imaginación una diversión maravi­llosa; — es uno de los juegos de nuestro país, y con frecuencia lo introducimos en nuestras mascaradas; pero aquí será completamente nuevo. Desgraciada­mente esto exige una sociedad de ochopersonas, y...

— ¡Eh! ¡justamente somos ocho! — exclamó el rey, riendo de su sutil descubrimiento; — yo y mis siete ministros. ¡Veamos! ¿que diversión es esa?

— La llamamos los ocho orangutanes encadenados, y es verdaderamente divertida cuando se ejecuta bien.

Nosotros lo ejecutaremos, dijo el rey, irguiéndose y bajando los párpados.

— La belleza del juego consiste — continuó Hop­-Frog — en el espanto que causa entre las mujeres.

— ¡Excelente! rugieron en coro el monarca y su mi­nisterio.

Ya soy quien ha de vestiros de orangutanes — continuó el enano; — fíense de mí para esto. La seme­janza será tan asombrosa que todas las máscaras los tomarán por verdaderas fieras, y naturalmente experi­mentarn tanto terror como espanto.

— ¡Oh! ¡admirable! exclamó el rey, — ¡Hop-Frog, haremos de ti un hombro de provecho!

— Las cadenas tienen por objeto aumentar el desor­den con su ruido. Se creerá que se han escapado Vds.