mas profundidades de las catacumbas. Detúveme de nuevo, y esta vez me tomé la libertad de coger á Fortunato por el brazo, encima del codo.
— Ved, — le dije, — como aumenta el nitro. Cuelga como un musgo á lo largo de las paredes. Estamos·bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran á través de los huesos. Venga Vd., vámonos antes de que sea demasiado tarde. Su tos...
— Esto no es nada — dijo — continuemos. Pero antes venga otro trago de medoc.
Rompi un frasco de vino de Grave, y se lo alargué. Vaciólo de un trago.
Sus ojos brillaron con fuego ardiente.
Echóse á reir y lanzó la botella al aire con un gesto que no pude comprender.
Yo le miré con sorpresa. Él repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
— ¿No comprende Vd.? — dijo.
— No — repliqué.
— Entonces no pertenece Vd. á la logia.
— ¿Cómo?
— No es Vd. masón.
— Sí, sí, — le dije — sí, sí.
— ¿Vd.? ¡imposible! ¿Vd. masón?
— Sí, masón, — respondí yo.
— ¡Una señal! — dijo.
— Hela aquí, — repliqué, sacando una llana de albañil de entre los pliegues de mi capa.
— Vd. está de broma, — dijo rotrocediendo algunos pasos.
— Pero vamos al amontillado,
— Sea, dije, volviendo á colocar el instrumento