— la vuelve á empezar. Cuando llegue al Hipódromo, recibirá la corona poética como proparacíón para su victoria en los próximos Juegos Olímpicos.
— Pero, buen Júpiter, ¿qué ocurre en la multitud detrás de nosotros?
— ¿Detrás de nosotros, dice Vd.? ¡Oh! ya comprendo. Amigo mío, me alegro de que haya Vd. hablado á tiempo. Pongámonos en lugar seguro lo más pronto posible. ¡Aqui! Refugiémonos bajo los arcos de este acueducto, y le explicaré el origen de esta agitación. Como me presumía, esto acaba mal. El singular aspecto de este camaleopardo con su cabeza de hombre, debe haber chocado con las ideas de lógica y de armonia aceptadas por los animales salvajes domesticados en la ciudad. De aquí ha resultado un motín, y, como sucede siempre en tales casos, todos los esfuerzos humanos serán impotentes para reprimir el movimiento. Algunos sirios han sido ya devorados; pero los patriotas de cuatro patas parecen unánimemente decididos á comerse el camaleopardo. El Príncipe de los Poetas se ha enderezado sobre sus patas traseras, porque se trata de su vida. Sus cortesanos han abandonado el campo, y sus concubinas han seguido tan excelente ejemplo. ¡Delicias del Universo, en mal paso te encuentras! ¡Gloria del Oriente, estás en peligro de ser comido! Por consiguiente, no mires tan lastimosamente tu cola; se arrastrará por el lodo, no hay remedio. ¡No mires, pues, atrás, ni te ocupes de su inevitable deshonra; sino anímate, pon en juego vigorosamente las piernas, y escapa hacia el hipódromo! ¡Acuérdate de que eres Antioco Epifanes, Antíoco el Ilustre! y también ¡el Príncipe de los Poetas, las Deli-