piel de una fiera, y que hace lo posible por desempeñar su papel de camaleorpardo; pero lo hace para sostener mejor la dignidad real. Por otra parte, el monarca tiene una estatura gigantesca, y por consiguiente, el traje no le sienta mal ni le está demasiado grande. Podemos, no obstante, suponer que, á no ser por alguna circunstancia solemne, no se lo hubiera puesto. Por ejemplo, el caso presente, ó sea la matanza de mil judíos. ¡Con qué prodigiosa dignidad se pasea el monarca en cuatro patas! Su cola es tenida, como veis, en el aire por sus dos principales concubinas, Eliné y Argeláis; y todo su exterior sería excesivamente simpático, si no fuese por la protuberancia de sus ojos, que acabarán por saltársele, y por el extraño color de su rostro, que se ha vuelto indefinible á causa de la gran cantidad de vino que ha engullido. Sigámosle al hipódromo, á donde se dirige, y escuchemos el canto de triunfo que empieza á entonar él mismo:
« ¿Quién es roy sino Epifanes?
Decid, ¿lo sabéis?
¿Quién es rey, sino Epifanes?
¡Bravo! ¡Bravo!
¡No hay mas rey que Epifanes,
No, no hay otro!
¡Así, echad abajo los templos
Y apagad el sol! »
¡Bien cantado! El populacho saluda al Príncipe de los poetas y Gloria del Oriente, Delicias del Universo, y, por ültimo, el más maravilloso de los Camaleopardos. Le hacen repetir su obra maestra, y — ¿oye Vd?