especulación. Y ahora — ahora me estremecía en su presencia y me ponía pálido al sentir que se aproximaba; sin embargo, lamentando amargamente su desconsoladora enfermedad, me acordé que ella me había amado mucho tiempo, y, en un mal instante, le hablé de mi matrimonio.
Y al último, el período de nuestras bodas se iba aproximando, cuando, en una tarde de invierno del año — uno de esos días intempestivamente calurosos, tranquilos y nublados, que son las nodrizas de la bella Alción[1] — me senté (y me senté, como pienso, solo) en uno de los salones interiores de la biblioteca. Y levantando los ojos, vi que Berenice estaba delante de mí.
¿Fué mi propia imaginación excitada, ó la influencia de la niebla, ó el incierto crepúsculo del cuarto, ó las sombrías vestiduras que caían á lo largo de su cuerpo — lo que le prestó un contorno tan vacilante y tan indistinto?
No podría decirlo. Berenice no habló una palabra; y yo por nada del mundo hubiera despegado mis labios. Un helado estremecimiento recorrió mi cuerpo; me oprimió una sensación de insuperable ansiedad, y una curiosidad consumidora se apoderó de mi alma; y echándome hacia atrás en la silla, permanecí algunos instantes sin aliento ni movimiento, con mis ojos fijos en su persona. ¡Ay! su extenuación era excesiva, y ni un vestigio del ser primitivo quedaba en una sola
- ↑ Porque como Júpiter, durante la estación de inviemo, da dos veces siete días de calor, los hombres han llamado á ese clemente y atemperado tiempo, las nodrizas de la bella Alción. (Simónides.)