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LIGEIA

completo abandono que me habian llevado a aquella apartada y antisocial región del país. Sin embargo, aunque la parte externa de la abadía con su hiedra de ruina que colgaba sobre ella, permitía poca reparación, me apliqué, con una perversidad de niño, y acaso con una ansiosa esperanza de aliviar mis penas, á desplegar dentro una magnificencia más que regia. Para aquellas extravagancias hasta en la niñez había tenido gran inclinación, y entonces me volvió con más fuerza, como un delirio de mi infelicidad. ¡Ay! yo sentía cuánto hasta de incipiente locura podía haber sido descubierto en los ostentosos y fantásticos cortinajes, en las solemnes esculturas de Egipto, en las extrañas cornisas y adornos, en los dibujos de las alfombras de oro tejido, y que parecían hechos en Bedlam. Había llegado á ser un obligado esclavo del opio, y mis acciones y órdenes habían tomado un colorido de mis ensueños. Pero no debo detenerme á detallar estos absurdos. Dejadme hablar únicamente de ese solo cuarto, siempre maldecido, donde en un momento de alienación mental recibí del altar, como mi esposa, como la sucesora de la inolvidable Ligeia, á lady Rowena Trenanion, de Tremaine, la de hermosos cahellos y azulados ojos.

No hay un solo detalle individual de la arquitectura y decoración de aquella cámara nupcial, que no esté ahora presente delante de mi. ¿Dónde estaban las almas de la orgullosa familia de la novia, cuando, por pura sed de oro, permitieron pasar el umbral de una habitación así adornada, á una virgen y á una hermana tan querida? He dicho que recuerdo minuciosamente la particularidad de la cámara; sin embargo,