La facultad de resolución es probablemente muy vigorizada por los estudios matemáticos,·y en particular por la importante rama de ellos, que injustamente y solo por sus retrógradas operaciones, ha sido llamada, como por excelencia, análisis. Pues, calcular, no es analizar. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, hace muy bien lo uno sin lo otro. Se sigue de eso, que el juego de ajedrez, en sus efectos sobre el espíritu, está erróneamente apreciado. No estoy escribiendo un tratado, sino un simple prefacio sobre una narración singular; y éstas son observaciones hechas á la ligera; tendré sin embargo, ocasión de mostrar que el alto poder del intelecto reflexivo, es más decididamente y mejor ocupado por el humilde juego de damas que por toda la primorosa frivolidad del ajedrez. En este último, en que las piezas tienen diferentes y caprichosos movimientos, con varios y variables valores, lo que es únicamente complejo, es tomado (error muy general) por profundo. La atención es puesta poderosamente en juego. Si se debilita un instante, se comete una torpeza y las resultas son una pérdida ó una derrota. Siendo los movimientos posibles, no solamente múltiples sino complicados, las probabilidades de tales torpezas son muchas; y en nueve casos sobre diez, es el más concentrado y no el más perspicaz, el que gana. En las damas, al contrario, donde los movimientos son únicos y tienen poca variación, donde las probabilidades de la inadvertencia se hallan disminuídas, y la simple atención dejada comparativamente sin empleo, todas las ventajas que obtiene cada parte, son obtenidas por la más grande penetración.
Para cesar en abstracciones, supongamos una par-