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VINDICACIÓN

para los diarios. Esa noche silbaba un pampero cruel, que hacía garrear los buques en el puerto; llovía á cántaros, el frío era horroroso, y Alberto, una criada y yo estábamos solos, junto al lecho mortuorio de mi padre, cuyas últimas palabras fueron una recomendación hecha á el y á mí.

- Quiérala Vd. mucho, Alberto, dijo. Y tu, Eugenia, quiérelo mucho tambien!...

Pocos minutos despues rendía su espíritu cansado en la batalla de la vida, feliz al verme con el apoyo de aquel hombre que le acompañaba en sus últimos instantes ... No sé cómo caí llorando entre los brazos de Alberto, ni se cómo tampoco, el, más atento á su amor que á las emociones de esa noche espantosa, desfloró con sus labios los mios emblanquecidos por la fiebre ...

Algunos instantes más tarde, Alberto y la criada quedaban junto al cadáver de