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VIII.
Te he contado muy rápidamente esa escena, en la que apuré todos los tormentos imajinables. ¡Aún hoy me duele recordarla; tanto sufrí aquella noche!...
Y con razón: había asistido al derrumbe de todas mis ilusiones, con el rostro alegre y el corazón henchido de lágrimas; había, por placer, ido rompiendo una á una las fibras de mi pecho; había revuelto con mi propia mano el filoso puñal, en la herida horrible y sangrienta... Estas grandes pruebas retemplan el espíritu, es verdad; pero hacen sufrir demasiado... y luego ¡tardan tanto en producir sus frutos! ....
Desde aquella noche en que por pri-