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Página:Nuestra Senora de Paris.djvu/13

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Nuestra Señora de Paris.

Esto diciendo echó con la destreza de un mico, un blanquillo en el mugriento sombrero que alargaba el mendigo con el brazo malo.—Impávido el zarrapastroso, recibió la limosna y el sarcasmo, y prosiguió con acento lamentable:—¡Una limosnita por amor de Dios!...

Este episodio distrajo considerablemente el auditorio; y muchos espectadores entre otros Robin Pousse pain y toda la estudiantina, aplaudieron con algazara el extravagante duo que acaban de improvisar en mitad del prólogo, el estudiante con su voz de falsete y el mendigo con su salmodia imperturbable.

Gringoire estaba sumamente enojado. Vuelto en si de su primera estupefaccion, desgañitábase gritando á los cuatro personajes de la escena:—¡Adelante, que diablo! ¡adelante!—sin dignarse siquiera echar una mirada de desden sobre los dos interruptores.

Sintió en aquel momento que le tiraban de la capa. Volvió la cara algo mohino, y tuvo que hacer un violento esfuerzo para sonreir; pero fue indispensable.—El lindo brazo de Gisquette-la-Gencienne, pasando por entre las columnillas de la baranda, solicitaba de aquella manera su atencion.

— Caballero—dijo la doncella—¿van á continuar?

— Pues es claro

—respondió Grineoire algo sorprendido de aquella pregunta.

— En ese caso— ¿tendriais la bondad, prosiguió, de explicarme?...

— ¿Lo que van á decir?— interrumpió Gringoire.—Pues escuchad con atencion...

— No es eso — respondió Gisquette—sino lo que han dicho hasta ahora.

Dió Gringoire un respingo como aquel á quien le ponen la mano en una herida.

— ¡Cuerno con la chiquilla majadera y obtusa!— dijo entre dientes.

Desde aquel momento perdió Gisquette su buena opinion en el ánimo del poeta.

En tanto los actores, obedeciendo su mandato, habian proseguido en su prólogo, y el público, viendo que de nuevo empezaban á hablar, de nuevo empezó á escuchar, no sin haber perdido infinidad de bellezas en la especie de soldadura que se hizo entre las dos partes del drama violentamente separadas: amarga reflexion que no deja de hacerse Gringoire

Clopin Trouillefon.

allá por sus adentros. Sin embargo fue restableciéndose poco á poco la calma; el estudiante callaba, el mendigo contaba alguna calderilla en su sombrero, y el misterio habia llegado á hacerse superior á todo.

Era realmente el misterio una obra de mucho mérito, y de la cual nos parece que aun en el dia pudiera sacarse mucho partido, prévias algunas modificaciones. La exposicion, algo larga y no poco insignificante, es decir, conforme en un todo á las reglas, era muy sencilla; y Gringoire, en el cándido santuario de su mente, admiraba su extraordinaria claridad. Estaban los cuatro personajes alegóricos cansados como era muy natural, de haber recorrido las tres partes del mundo, sin hallar medio de desprenderse decentemente de su delfín de oro, con cuyo motivo venia como de molde un elogio del maravilloso pez, sazonado con mil alusiones dedicadas al jóven y futuro esposo de Margarita de Flándes muy tristemente retirado á la sazon en Amboise, y que estaria sin duda muy distante de creer que Trabajo y Clero, Nobleza y Mercaderia acababan por él de dar la vuelta al mundo. Era pues el susodicho delfin, jóven, gallardo, valiente sobre todo (¡magnifico origen de todas las virtudes reales!) era hijo del leon de Francia. Declaro en toda conciencia que esta atrevida metáfora es admirable; y que la historia natural del teatro en un dia de alegria y de epitalámio real, no puede llevar á mal que un delfin sea hijo de un leon, tanto mas cuanto es indudable que estas raras y pindáricas mescolanzas son una prueba evidente de entusiasmo. Sin embargo, justo será decir para que haya tambien su poquito de critica que el poeta hubiera podido desarrollar esta idea feliz en menos de doscientos versos. Verdad es tambien que el misterio debia durar desde las doce hasta las cuatro por mandato especial del Sr. Preboste, y que al fin y al cabo fuerza es decir alguna cosa. Ademas el público escuchaba con paciencia.

Pero repentinamente en medio de una disputa entre la señorita Mercaderia y la señora Nobleza, en el momento mismo en que maese Trabajo pronunciaba este verso mirifico:

Vióse nunca en los bosques mas triunfante animal;

La puerta de la estrada de preferencia que hasta