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Biblioteca de Gaspar y Roig.

—Siempre anda por mi tejado.

—Y echa conjuros por el cañon de la chimenea.

—La otra noche vino á hacerme una mueca á mi ventana: yo pensé que era un hombre—¡Tuve un miedo!

—Estoy segura de que va el sábado; en una ocasion se dejó la escoba en la canal de mi tejado.

—¡Oh! ¡maldito jorobado!!...

—¡Alma de Belcebú!

—¡Buab!...

Los hombres por el contrario estaban en sus glorias y aplaudian.

Quasimodo, objeto del tumulto, permanecia en la puerta de la capilla, en pié, grave y sombrio, dejándose admirar.

Quasimodo elegido papa de los locos.

Quasimodo no respondió palabra.

—¡Cruz de Dios!—dijo el calcetaro,—¿eres sordo?

Era sordo en efecto.

Pero ya empezaba á impacientarse de los arrumacos de Coppenole, y se volvió de repente hácia él con una expresion tan formidable que el gigante flamenco retrodeció como un perro de presa delante de un gato.

Un estudiante (Robin Poussepain, si no me engaño) se le acercó demasiado para reirse de él: Quasimodo se contentó con agarrarle por la cintura y arrojarle á diez pasos por cima la muchedumbre, sin chistar palabra.

Atóito mese Coppenole, se acercó al mónstruo:

—¡Cruz de Dios! que tienes la mas hermosa fealdad que en mi vida me eché á la cara: merecerias ser papa en Gante como en Paris.

Y esto diciendo, poniale familiarmente la mano sobre el hombro. Quasimodo permaneció inmóvil, y Coppenole prosiguió:

Eres un compadre con quien tongo ganas de armar francachela, aun cuando debiera costarme un doce no nuevo de doce torneses. ¿Qué le parece?

Hizose entónces alrededor de aquel extraño personaje un circulo de terror y de respeto, que tenía de radio quince pasos geométricos por lo ménos. Una vieja explicó á maese Coppenole que Quasimodo era sordo.

—¡Sordo!—dijo el calcetero con su risa flamenca.—¡Cruz de Dios! es un papa perfecto.