no hay un hombre sobre la tierra que imagine otro hombre, es decir, un sér en todo semejante á él, privado de la idea de la justicia. Hé aquí cómo queda desvanecida la primera duda de Sócrates.
Protágoras rebate de la misma manera la segunda objecion de Sócrates. ¿Cómo puede sostenerse que la justicia no puede enseñarse, cuando es constante que los hombres injustos son todos los dias y por todas partes reprimidos y castigados? Si la privacion de la idea de justicia fuese un defecto de la naturaleza, seria una locura imponer castigos á los que la naturaleza hubiere privado de ella. ¿Se castiga á los enfermizos y contrahechos? No, porque no está en su mano remediarlo. Pero se castiga á los malos, porque está en su mano hacerse justos. Los hombres piensan, por lo tanto, que se puede aprender la justicia. Y así. todos los ciudadanos, tanto por sí mismos, como por medio de los maestros, se esfuerzan, interesándose en los negocios públicos, en inspirar á sus hijos la idea de la justicia. Y si los hijos de los hombres virtuosos raras veces heredan la virtud de sus padres, la razon de esto es muy sencilla; es porque los hombres no reciben todos disposiciones igualmente felices, y la adquisicion de la más elevada virtud reclama un natural mejor y mayores esfuerzos que lo que requiere la práctica de una virtud comun.
La discusion hasta ahora aparece muy superficial, porque no sale del dominio de los hechos y de los accidentes, sin remontar á un principio. Sócrates, cambiando de táctica, emprende el tratar la cuestion & fondo. Partiendo del principio evidente de que para saber si la virtud puede ser enseñada, es necesario saber en qué consiste, pregunta á Protágoras si la virtud á sus ojos es una en su esencia ó compuesta de partes independientes las unas de las otras, como la justicia, la templanza, el valor. El sofista se esfuerza en sostener la última opinion, hasta que Sócrates