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Hay alguno que prefiera recibir daño de aquellos con quienes trata á recibir utilidad. Respóndeme, porque la ley manda que me respondas. ¿Hay alguno que quiera más recibir mal que bien?

No, no hay nadie.

Pero veamos; cuando me acusas de corromper la juventud y de hacerla más mala, ¿sostienes que lo hago con conocimiento ó sin quererlo?

Con conocimiento.

Tú eres jóven y yo anciano. ¿Es posible que tu sabiduría supere tanto á la mia, que sabiendo tú que el roce con los malos causa mal, y el roce con los buenos causa bien, me supongas tan ignorante, que no sepa que si convierto en malos los que me rodean, me expongo á recibir mal, y que a pesar de esto insista y persista, queriéndolo y sabiéndolo? En este punto, Melito, yo no te creo ni pienso que haya en el mundo quien pueda creerte. Una de dos, ó yo no corrompo á los jóvenes, ó si los corrompo lo hago sin saberlo y á pesar mio, y de cualquiera manera que sea eres un calumniador. Si corrompo á la juventud à pesar mio, la ley no permite citar á nadie ante el tribunal por faltas involuntarias, sino que lo que quiere es, que se llama aparte á los que las cometen; que se los reprenda, y que se los instruya; porque es bien seguro, que estando instruido cesaria de hacer lo que hago á pesar mio. Pero tú, con intencion, léjos de verme é instruirme, me arrastras ante este tribunal, donde la ley quiere que se cite a los que merecen castigos, pero no á los que sólo tienen necesidad de prevenciones. Así, atenienses, hé aquí una prueba evidente, como os decia ántes, de que Melito