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¡Que yo muera al instante![1]

gritó, con tal que castigue al asesino de Patrocio, y que no quede yo deshonrado.

Sentado en mis buques, peso inútil sobre la tierra[2]

¿Os parece que se inquietaba Fhetis del peligro de la muerte? Es una verdad constante, atenienses, que todo hombre que ha escogido un puesto que ha creido honroso, ó que ha sido colocado en él por sus superiores, debe mantenerse firme, y no debe temer ni la muerte, ni lo que haya de más terrible, anteponiendo á todo el honor.

Me conduciria de una manera singular y extraña, atenienses, si despues de haber guardado fielmente todos los puestos á que me han destinado nuestros generales en Potidea, en Anfipolis y en Delio[3] y de haber expuesto mi vida tantas veces, ahora que el Dios me ha ordenado, porque así lo creo, pasar mis días en el estudio de la filosofía, estudiándome mí mismo y estudiando á los demás, abandonase este puesto por miedo á la muerte ó á cualquier otro peligro. Verdaderamente esta seria una desercion criminal, y me haria acreedor á que se me citara ante este tribunal como un impío, que no cree en los dioses, que desobedece al oráculo, que teme la muerte y que se cree sabio, y que no lo es. Porque temer la muerte, atenienses, no es otra cosa que creerse şabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el mayor de los bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se


  1. Homero. Iliada, lib. 18, v. 96-98.
  2. Homero. Iliada, lib. 18, v. 104.
  3. Sócrates se distinguió por su valor en los dos primeros sitios, y en la batalla de Delio salvó la vida á Xenofonte, su discípulo, y á Alcibiades.