supiese con certeza que es el mayor de todos los males. ¡Ah! ¿No es una ignorancia vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce?
Respecto á mí, atenienses, quizá soy en esto muy diferente de todos los demás hombres, y si en algo parezco más sabio que ellos, es porque no sabiendo lo que nos espera más allá de la muerte, digo y sostengo que no lo sé. Lo que sé de cierto es que cometer injusticias y desobedecer al que es mejor y está por cima de nosotros, sea Dios, sea hombre, es lo más criminal y lo más vergonzoso. Por lo mismo yo no temeré ni huiré nunca de males que no conozco y que son quizá verdaderos bienes; pero temeré y huiré siempre de males que sé con certeza que son verdaderos males.
Si, á pesar de las instancias de Anito, quien ha manifestado, que ó no haberme traido ante el tribunal, ó que una vez llamado no podeis vosotros dispensaros de hacerme morir, porque, dice, que si me escapase de la muerte, vuestros hijos, que son ya afectos à la doctrina de Sócrates, serian irremisiblemente corrompidos, me dijéseis: Sócrates, en nada estimamos la acusacion de Anito, y te declaramos absuelto; pero es á condicion de que cesarás de filosofar y de hacer tus indagaciones acostumbradas; y si reincides, y llega á descubrirse, tú morirás; si me dieseis libertad bajo estas condiciones, os responderia sin dudar: Atenienses, os respeto y os amo; pero obedeceré á Dios ántes que á vosotros, y miéntras yo viva no cesaré de filosofar, dándoos siempre consejos, volviendo á mi vida ordinaria, y diciendo á cada uno de vosotros cuando os encuentre: buen hombre, ¿cómo siendo ateniense y ciudadano de la más grande ciudad del mundo por su sabiduría y por su valor, cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, de despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no