por eleccion de los demás, en nada se diferenciaban de miserables mujeres; y esto no debeis hacerlo, atenienses, vosotros que habeis alcanzado tanta nombradía; y si quisiéramos hacerlo, estais obligados á impedirlo y declarar que condenareis más pronto á aquel que recurra á estas escenas trágicas para mover á compasion, poniendo en ridículo vuestra ciudad, que á aquel que espere tranquilamente la sentencia que pronuncieis.
Pero sin hablar de la opinion, atenienses, no me parece justo suplicar al juez ni hacerse absolver á fuerza de súplicas. Es preciso persuadirle y convencerle, porque el juez no está sentado en su silla para complacer violando la ley, sino para hacer justicia obedeciéndola. Así es como lo ha ofrecido por juramento, y no está en su poder hacer gracia á quien le agrade, porque está en la obligacion de hacer justicia. No es conveniente que os acostumbreinos al perjurio, ni vosotros debeis dejaros acostumbrar; porque los unos y los otros seremos igualmente culpables para con los dioses.
No espereis de mí, atenienses, que yo recurra para con vosotros á cosas que no tengo por buenas, ni justas, ni piadosas, y menos que lo haga en una ocasion en que me veo acusado de impiedad por Melito; porque si os ablandase con mis súplicas y os forzase á violar vuestro juramento, sería evidente que os enseñaria á no creer en los dioses, y, queriendo justificarme, probaria contra mí mismo, que no creo en ellos. Pero es una fortuna, atenienses, que esté yo en esta creencia. Estoy más persuadido de la existencia de Dios que ninguno de mis acusadores; y es tan grande la persuasion, que me entrego á vosotros y al Dios de Delfos, á fin de que me juzgueis como creais mejor para vosotros y para mí.
(Terminada la defensa de Sócrates, los jueces, que eran 556, procedieron á la votacion y resultaron 281 vo-