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á esta consecuencia? ¿Será gratuita y contradictoria esta afirmacion, de que los dioses están siempre de acuerdo sobre la santidad de una accion? Admitamos por un momento la nueva definicion que de aquí se deduce. La san tidad es lo que agrada á todos los dioses, y la impiedad lo que á todos desagrada. Ahora se trata de indagar si lo que es santo es amado por los dioses porque es santo; ó si es santo porque es amado por los dioses; lo que equivale á averiguar si la santidad por su esencia y su fuerza propias tiene derecho al amor de los dioses; si se impone á su amor por ser superior á él, distinto é independiente de él; ó bien si el amor de los dioses á un objeto cualquiera es el que convierte este objeto en una cosa santa. Podrá responderse que lo santo no puede ménos de ser amado por los dioses. ¿Pero qué se sigue de aquí? Esta conclusion decisiva: de que lo santo es amado por los dioses por lo mismo que es santo, en otros términos, que es amable en sí y por sí. —Desde este acto la segunda definicion no es más sostenible que la primera; porque decir que la santidad es lo que es amado por los dioses, es admitir la sinonimia de dos términos de hecho distintos; es asociar dos ideas en el fondo muy diferentes. En efecto, lo que es santo, siendo amable en sí, amado por sí, no tiene ninguna relacion con lo que es amado, y que sólo es amable en tanto que es amado. Lo primero subsiste independientemente del amor que exige; lo segundo sólo existe por el capricho del amor. La última consecuencia de este razonamiento es, que no está en poder de los dioses constituir á su placer ni lo santo ni lo impío.

Por consiguiente, el ser amado por los dioses no es más que una de las propiedades de la santidad, pero no es su esencia. Pero entónces, ¿qué es la santidad en sí, y por qué la aman los dioses? Esto es lo que estamos ahora en el caso de averiguar. Para ello recurramos á una tercera.