fiesas que Eutifron es hábil en estas materias, y que sus opiniones son buenas, te declaro que tengo los mismos sentimientos que él; por consiguiente cesa de perseguirme; y si, por lo contrario, crees que Eutifron no es ortodoxo, emplaza al maestro ántes de tomarla con el discípulo, puesto que él es el que pierde á los dos ancianos, su padre y yo; á mí por enseñarme una religion falsa, y á su padre por perseguirle, fundado en los principios de esta misma religion. Pero si se desentiende de mi peticion y continúa en perseguirme, ó dejándome se dirige á tí, tú no dejarás de comparecer y decir lo mismo que yo le hubiera significado.
¡Por Júpiter! Sócrates, si su imprudencia llega al punto de atacarme, bien pronto encontraré su flaco, y correrá más peligro que yo delante de los jueces.
Ya lo sé, y hé aquí por qué deseaba tanto ser tu discípulo, seguro que no hay nadie tan atrevido para mirarte cara á cara; ni el mismo Melito; ese hombre que penetra hasta tal punto el fondo de mi corazon que me acusa de impiedad.
Ahora, en nombre de los dioses, dime lo que hace poco me asegurabas saber tan bien: qué es lo santo y lo impío; sobre el homicidio, por ejemplo, y sobre todos los demás objetos que pueden presentarse. ¿La santidad no es siempre semejante á sí misma en toda clase de acciones? Y la impiedad, que es su contraria, ¿no es igualmente siempre la misma, de suerte que la misma idea, el mismo carácter de impiedad, se encuentra siempre en lo que es impío?
Seguramente, Sócrates.
Dime, pues, lo que entiendes por lo santo y lo impío.