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dioses y santo son muy diferentes; el uno no es amado sino porque los Dioses lo aman, y el otro es amado por que merece serlo por sí mismo. Así, mi querido Eutifron, habiendo querido explicarme lo santo, no lo has hecho de su esencia, y te has contentado con explicarme una de sus cualidades, que es la de ser amado por los dioses. No me has dicho aún lo que es lo santo por su esencia. Si no lo llevas á mal, te conjuro á que no andes con misterios, y tomando la cuestion en su orígen, me digas con exactitud lo que es santo, ya sea ó no amado por los dioses; porque sobre esto último no puede haber disputa entre nosotros. Así, pues, dime con franqueza lo que es santo у lo que es impío.

Pero, Sócrates, no sé cómo explicarte mi pensamiento; porque todo cuanto sentamos parece girar en torno nues tro sin ninguna fijeza.

Eutifron, todos los principios que has establecido se parecen bastante a las figuras de Dédalo[1], uno de mis abuelos. Si hubiera sido yo el que los hubiera sentado, indudablemente te habrias burlado de mí y me habrias echado en cara la bella cualidad que tenian las obras de mi ascendiente, de desaparecer en el acto mismo en que se creian más reales y positivas; pero, por desgracia, eres tú el que las ha sentado, y es preciso que yo me valga de otras chanzonetas, porque tus principios se te escapan como tú mismo lo has apercibido.

Respecto á mí, Sócrates, no tengo necesidad de valerme de tales argueias; á tí sí que te cuadran perfectamente; porque no soy yo el que inspira á nuestros razonamientos esa instabilidad, que les impide cimentar en


  1. Dédalo era un escultor y arquitecto célebre.