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—Ven, Sócrates, le dijo, permite que esté lo más próximo á tí, para ver si puedo ser partícipe de los magnificos pensamientos que acabas de descubrir; porque tengo una plena certeza de que has descubierto lo que buscabas, pues de otra manera no hubieras dejado el dintel de la puerta.

Cuando Sócrates se sentó, dijo:

—¡Ojalá, Agaton, que la sabiduría fuese una cosa que pudiese pasar de un espíritu á otro, cuando dos hombres están en contacto, como corre el agua, por medio de una mecha de lana, de una copa llena á una copa vacía! Si el pensamiento fuese de esta naturaleza, seria yo el que me consideraria dichoso estando cerca de tí, y me veria, á mi parecer, henchido de esa buena y abundante sabiduría que tú posees; porque la mia es una cosa mediana y equívoca, ó, por mejor decir, es un sueño. La tuya, por el contrario, es una sabiduría magnífica y rica en bellas esperanzas como lo atestigua el vivo resplandor que arroja ya en tu juventud, y los aplausos que más de treinta mil griegos acaban de prodigarte.

—Eres muy burlon, replicó Agaton, pero ya examinaremos cuál es mejor, si la sabiduría tuya ó la mia; y Baco será nuestro juez. Ahora de lo que se trata es de comer.

Sócrates se sentó, y cuando él y los demás convidados acabaron de comer, se hicieron libaciones, se cantó un himno en honor del dios, y despues de todas las demás ceremonias acostumbradas, se habló de beber. Pausanias tomó entonces la palabra:

—Veamos, dijo, cómo podremos beber, sin que nos cause mal. En cuanto á mí, declaro que me siento aún incomodado de resultas de la francachela de ayer, y tengo necesidad de respirar un tanto, y creo que la mayor parte de vosotros está en el mismo caso; porque ayer érais todos de los nuestros. Prevengámonos, pues, para beber con moderacion.