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—Pausanias, dijo Aristófanes, me das mucho gusto en querer que se beba con moderacion, porque yo fuí uno de los que se contuvieron ménos la noche última.

—¡Cuánto celebro que esteis de ese humor! dijo Eriximaco, hijo de Acumenes; pero falta por consultar el parecer de uno. ¿Cómo te encuentras, Agaton?

—Lo mismo que vosotros, respondió.

—Tanto mejor para nosotros, replicó Eriximaco, para mí, para Aristodemo, para Fedro y para los demás, si vosotros, que sois los valientes, os dais por vencidos, porque nosotros somos siempre ruines bebedores. No hablo de Sócrates, que bebe siempre lo que le parece, y no le importa nada la resolucion que se toma. Así, pues, ya que no veo á nadie aquí con deseos de excederse en la bebida, seré ménos importuno, si os digo unas cuantas verdades sobre la embriaguez. Mi experiencia de médico me ha probado perfectamente, que el exceso en el vino es funesto al hombre. Evitaré siempre este exceso, en cuanto pueda, y jamás lo aconsejaré á los demás; sobre todo, cuando su cabeza se encuentre resentida á causa de una orgía de la víspera.

—Sabes, le dijo Fedro de Mirrinos, interrumpiéndole, que sigo con gusto tu opinion, sobre todo, cuando hablas de medicina; pero ya ves que hoy todos se presentan muy racionales.

No hubo más que una voz; se resolvió de comun acuerdo beber por placer y no llevarlo hasta la embriaguez.

—Puesto que hemos convenido, dijo Eriximaco, que nadie se exceda, y que cada uno beba lo que le parezca, soy de opinion que se despache desde luego la tocadora de flauta. Que vaya á tocar para sí, y si lo prefiere, para las mujeres allá en el interior. En cuanto á nosotros, si me creeis, entablaremos alguna conversacion general, y hasta os propondré el asunto si os parece.