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Todos aplaudieron el pensamiento, y le invitaron á que entrara en materia.

Eriximaco repuso entónces: comenzaré por este verso de la Melanipa de Eurípides: este discurso no es mio sino de Fedro. Porque Fedro me dijo continuamente, con una especie de indignacion: ¡Oh Eriximaco! ¿no es cosa extraña, que de tantos poetas que han hecho himnos y cánticos en honor de la mayor parte de los dioses, ninguno haya hecho el elogio del Amor, que sin embargo es un gran dios? Mira lo que hacen los sofistas que son entendidos; componen todos los dias grandes discursos en prosa en alabanza de Hércules y los demás semi-dioses; testigo el famoso Prodico, y esto no es sorprendente. He visto un libro, que tenia por título el elogio de la sal, donde el sabio autor exageraba las maravillosas cualidades de la sal y los grandes servicios que presta al hombre. En una palabra, apenas encontrarás cosa que no haya tenido su panegírico. ¿En qué consiste que en medio de este furor de alabanzas universales, nadie hasta ahora ha emprendido el celebrar dignamente al Amor, y que se haya olvidado dios tan grande como éste? Yo. continuó Eriximaco, apruebo la indignacion de Fedro. Quiero pagar mi tributo al Amor, y hacérmele favorable. Me parece, al mismo tiempo, que cuadraria muy bien á una sociedad como la nuestra honrar á este dios. Si esto os place, no hay que buscar otro asunto para la conversacion. Cada uno improvisará lo mejor que pueda un discurso en alabanza del Amor. Correrá la voz de izquierda á derecha. De esta manera Fedro hablará primero, ya porque le toca, y ya porque es el autor de la proposicion, que os he formulado.

—No dudo, Eriximaco, dijo Sócrates, que tu dictámen será unánimemente aprobado. Por lo menos, no seré yo el que le combata, yo que hago profesion de no conocer otra cosa que el Amor. Tampoco lo harán Agaton, ni Pausanias, ni seguramente Aristófanes, á pesar de estar consa-