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—¿Y esperas, replicó ella, hacerte nunca sabio en amor si ignoras una cosa como ésta?

—Pero repito, Diotima, que esta es la causa de venir yo en tu busca; porque sé que tengo necesidad de tus lecciones. Explícame eso mismo sobre que me pides explicacion, y todo lo demás que se refiere al amor.

—Pues bien, dijo, si crees que el objeto natural del amor es aquel en que hemos convenido muchas veces, mi pregunta no debe turbarte; porque, ahora como ántes, es la naturaleza mortal la que aspira á perpetuarse y á hacerse inmortal, en cuanto es posible; y su único medio es el nacimiento que sustituye un individuo viejo con un individuo jóven. En efecto, bien que se diga de un individuo, desde su nacimiento hasta su muerte, que vive y que es siempre el mismo, sin embargo, en realidad no está nunca ni en el mismo estado ni en el mismo desenvolvimiento, sino que todo muere y renace sin cesar en él, sus cabellos, su carne, sus huesos, su sangre, en una palabra, todo su cuerpo; y no sólo su cuerpo, sino tambien su alma, sus hábitos, sus costumbres, sus opiniones, sus deseos, sus placeres, sus penas. sus temores; todas sus afecciones no subsisten siempre las mismas, sino que nacen y mueren continuamente. Pero lo más sorprendente es que no solamente nuestros conocimientos nacen y mueren en nosotros de la misma manera (porque en este concepto tambien mudamos sin cesar), sino que cada uno de ellos en particular pasa por las mismas vicisitudes. En efecto, lo que se llama reflexionar se refiere á un conocimiento que se borra, porque el olvido es la extincion de un conocimiento; porque la reflexion, formando un nuevo recuerdo en lugar del que se marcha, conserva en nosotros este conocimiento, si bien creemos que es el mismo. Así se conservan todos los séres mortales; no subsisten absolutamente y siempre los mismos, como sucede á lo que es divino, sino que el que marcha y el que enve-