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sino que comunica con dolor su gérmen fecundo. De aquí, en el sér fecundante y lleno de vigor para producir, esa ardiente prosecucion de la belleza que debe libertarle de los dolores del alumbramiento. Porque la belleza, Sócrates, no es, como tú te imaginas, el objeto del amor.

—¿Pues cuál es el objeto del amor?

—Es la generacion y la produccion de la belleza.

—Sea así, respondí yo.

—No hay que dudar de ello, replicó.

—Pero, ¿por qué el objeto del amor es la generacion?

—Porque es la generacion la que perpetúa la familia de los séres animados, y le da la inmortalidad, que consiente la naturaleza mortal. Pues conforme á lo que ya hemos convenido, es necesario unir al deseo de lo bueno el deseo de la inmortalidad, puesto que el amor consiste en aspirar á que lo bueno nos pertenezca siempre. De aquí se sigue que la inmortalidad es igualmente el objeto del amor.

—Tales fueron las lecciones que me dió Diotima en nuestras conversaciones sobre el Amor. Me dijo un dia: ¿cuál es, en tu opinion, Sócrates, la causa de este deseo y de este amor? ¿No has observado en qué estado excepcional se encuentran todos los animales volátiles y terrestres cuando sienten el deseo de engendrar? ¿No les ves como enfermizos, efecto de la agitacion amorosa que les persigue durante el emparejamiento, y despues, cuando se trata del sosten de la prole, no ves cómo los más débiles se preparan para combatir á los más fuertes, hasta perder la vida, y cómo se imponen el hambre y toda clase de privaciones para hacerla vivir? Respecto á los hombres, puede creerse que es por razon el obrar así; pero los animales, ¿de dónde les vienen estas disposiciones amorosas? ¿Podrias decirlo?

—La respondí que lo ignoraba.