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la verdadera virtud corresponde el ser amado por Dios; y si algun hombre debe ser inmortal, es seguramente éste.

—Tales fueron, mi querido Fedro, y vosotros que me escuchais, los razonamientos de Diotima. Ellos me han convencido, y á mi vez trato yo de convencer á los demás, de que, para conseguir un bien tan grande, la naturaleza humana difícilmente encontraria un auxiliar más poderoso que el Amor. Y así digo, que todo hombre debe honrar al Amor. En cuanto á mí, honro todo lo que á él se refiere, le hago objeto de un culto muy particular, le recomiendo á los demás, y en este mismo momento acabo de celebrar, lo mejor que he podido, como constantemente lo estoy haciendo, el poder y la fuerza del Amor. Y ahora, Fedro, mira si puede llamarse este discurso un elogio del Amor; y si no, dale el nombre que te acomode.

Despues de haber Sócrates hablado de esta manera se le prodigaron los aplausos; pero Aristófanes se disponia á hacer algunas observaciones, porque Sócrates en su discurso habia hecho alusion á una cosa que él habia dicho, cuando repentinamente se oyó un ruido en la puerta exterior, á la que llamaban con golpes repetidos; y parecia que las voces procedian de jóvenes ébrios y de una tocadora de flauta.

—Esclavos, gritó Agaton, mirad qué es eso; si es alguno de nuestros amigos, decidles que entren; y si no son, decidles que hemos cesado de beber y que estamos descansando. Un instante despues oimos en el patio la voz de Alcibiades, medio ébrio, y diciendo á gritos:

—¿Donde está Agaton? ¡Llevadme cerca de Agaton! Entónces algunos de sus compañeros y la tocadora de flauta le cogieron por los brazos y le condujeron á la puerta de nuestra sala. Alcibiades se detuvo, y vimos que llevaba la cabeza adornada con una espesa corona de violetas y yedra con numerosas guirnaldas.

—Amigos, os saludo, dijo; ¿quereis admitir á vuestra