precio para mi hermosura, y no ha hecho más que insultarla; y eso que yo la suponia de algun mérito, amigos mios. Sí, sed jueces de la insolencia de Sócrates; pongo por testigos á los dioses y á las diosas; salí de su lado tal como hubiera salido del lecho de mi padre ó de mi hermano mayor.
Desde entónces, ya debeis suponer cuál ha debido ser el estado de mi espíritu. Por una parte me consideraba despreciado; por otra, admiraba su carácter, su templanza, su fuerza de alma, y me parecia imposible encontrar un hombre que fuese igual á él en sabiduría y en dominarse á sí mismo, de manera que no podia ni enfadarme con él, ni pasarme sin verle, si bien veia que no tenia ningun medio de ganarle; porque sabia que era más invulnerable en cuanto al dinero, que Ajax en cuanto al hierro, y el único atractivo á que le creia sensible nada habia podido sobre él. Así, pues, sometido á este hombre, más que un esclavo puede estarlo á su dueño, andaba errante acá y allá, sin saber qué partido tomar. Tales fueron mis primeras relaciones con él. Despues nos encontramos juntos en la expedicion contra Potidea, y fuimos compañeros de rancho. Allí veia á Sócrates sobresalir, no sólo respecto de mí, sino respecto de todos los demás, por su paciencia para soportar las fatigas. Si llegaban á faltar los víveres, cosa muy comun en campaña, Sócrates aguantaba el hambre y la sed con más valor que ninguno de nosotros. Si estábamos en la abundancia, sabia gozar de ello mejor que nadie. Sin tener gusto en la bebida, bebia más que los demás si se le estrechaba, y os sorprendereis, si os digo que jamás le vió nadie ébrio; y de esto creo que teneis ahora mismo una prueba. En aquel país el invierno es muy riguroso, y la manera con que Sócrates resistia el frio es hasta prodigiosa. En tiempo de heladas fuertes, cuando nadie se atrevia á salir, ó por lo ménos, nadie salia sin ir bien abrigado y bien calzado,