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y con los piés envueltos en fieltro y pieles de cordero, él iba y venia con la misma capa que acostumbraba á llévar, y marchaba con los piés desnudos con más facilidad que todos nosotros que estábamos calzados, hasta el punto de que los soldados le miraban de mal ojo, creyendo que se proponia despreciarlos. Así se conducia Sócrates en el ejército.

Pero ved aún lo que hizo y soportó este hombre valiente[1] durante esta misma expedicion; el rasgo es digno de contarse. Una mañana vimos que estaba de pié, meditando sobre alguna cosa. No encontrando lo que buscaba, no se movió del sitio, y continuó reflexionando en la misma actitud. Era ya medio dia, y nuestros soldados lo observaban, y se decian los unos á los otros, que Sócrates estaba extasiado desde la mañana. En fin, contra la tarde, los soldados jónios, despues de haber comido, llevaron sus camas de campaña al paraje donde él se encontraba, para dormir al fresco (porque entónces era el estío), y observar al mismo tiempo si pasaria la noche en la misma actitud. En efecto, continuó en pié hasta la salida del sol. Entónces dirigió á este astro su oracion, y se retiró.

¿Quereis saber cómo se porta en los combates? En esto hay que hacerle tambien justicia. En aquel hecho de armas, en que los generales me achacaron toda la gloria, él fué el que me salvó la vida. Viéndome herido, no quiso de ninguna manera abandonarme, y me libró á mí y libró á mis compañeros de caer en manos del enemigo. Entónces, Sócrates, me empeñé yo vivamente para con los generales, á fin de que se te adjudicara el premio del valor, y este es un hecho que no podrás negarme ni suponerlo falso, pero los generales, por miramiento á mi rango, quisieron dármele á mí, y tú mismo los hostigastes fuerte-


  1. Odisea, l. IV, v. 242.