modernos, que se aproxime ni remotamente á este hombre, ni á sus discursos, ni á sus originalidades, á ménos que se comparen él y sus discursos, como ya lo hice, no á un hombre, sino á los silenos y á los sátiros; porque me he olvidado decir, cuando comencé, que sus discursos se parecen tambien perfectamente á los silenos cuando se abren. En efecto, a pesar del deseo que se tiene por oir á Sócrates, lo que dice parece á primera vista enteramente grotesco. Las expresiones con que viste su pensamiento son groseras, como la piel de un impudente sátiro. No os habla más que de asnos con enjalma, de herreros, zapateros, zurradores, y parece que dice siempre una misma cosa en los mismos términos; de suerte que no hay ignorante ó necio que no sienta la tentacion de reirse. Pero que se abran sus discursos, que se examinen en su interior, y se encontrará desde luego que sólo ellos están llenos de sentido, y en seguida que son verdaderamente divinos, y que encierran las imágenes más nobles de la virtud; en una palabra, todo cuanto debe tener á la vista el que quiera hacerse hombre de bien. Hé aqui, amigos mios, lo que yo alabo en Sócrates, y tambien de lo que le acuso, porque he unido á mis elogios la historia de los ultrajes que me ha hecho. Y no he sido yo sólo el que se ha visto tratado de esta manera; en el mismo caso están Carmides, hijo de Glaucon, Eutidemo, hijo de Diocles, y otros muchos, á quienes ha engañado tambien, figurando querer ser su amante, cuando ha desempeñado mas bien para con ellos el papel de la persona muy amada. Y así tú, Agaton, aprovéchate de estos ejemplos: no te dejes engañar por este hombre; que mi triste experiencia te ilumine, y no imites al insensato que, segun el proverbio, no se hace sabio sino á su costa.
Habiendo cesado Alcibiades de hablar, la gente comenzó á reirse al ver su franqueza, y que todavía estaba enamorado de Sócrates.