Éste, tomando entónces la palabra dijo: imagino que has estado hoy poco expansivo, Alcibiades; de otra manera no hubieras artificiosamente y con un largo rodeo de palabras ocultado el verdadero motivo de tu discurso, motivo de que sólo has hablado incidentalmente á lo último, como si fuera tu único objeto malquistarnos á Agaton y á mí, porque tienes la pretension de que yo debo amarte y no amar á ningun otro, y que Agaton sólo debe ser amado por tí solo. Pero tu artificio no se nos ha ocultado; hemos visto claramente á donde tendia la fábula de los sátiros y de los silenos; y así. mi querido Agaton, desconcertemos su proyecto, y haz de suerte que nadie pueda separarnos al uno del otro.
—En verdad, dijo Agaton, creo que tienes razon, Sócrates; y estoy seguro de que el haber venido á colocarse entre tú y yo, sólo ha sido para separarnos. Pero nada ha adelantado, porque ahora mismo voy á ponerme al lado tuyo.
—Muy bien, replicó Sócrates; ven aquí á mi derecha.
—¡Oh, Júpiter! exclamó Alcibiades, ¡cuánto me hace sufrir este hombre! Se imagina tener derecho á darme la ley en todo. Permite, por lo ménos, maravilloso Sócrates, que Agaton se coloque entre nosotros dos.
—Imposible, dijo Sócrates, porque tú acabas de hacer mi elogio, y ahora me toca á mí hacer el de mi vecino de la derecha. Si Agaton se pone á mi izquierda, no hará seguramente de nuevo mi elogio ántes que haya yo hecho el suyo. Deja que venga este jóven, mi querido Alcibiades, y no le envidies las alabanzas que con impaciencia deseo hacer de él.
—No hay modo de que yo permanezca aquí, Alcibiades, exclamó Agaton; quiero resueltamente mudar de sitio, para ser alabado por Sócrates.
—Esto es lo que siempre sucede, dijo Alcibiades. Donde quiera que se encuentra Sócrates, sólo él tiene asiento