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la palabra que empleen, y cualquiera que sea el sentido que quieran dar á esta palabra. Sea, por ejemplo, la palabra hombre, que designa un objeto, un sér determinado, uno solo, cuando menos en el pensamiento actual, porque sería preciso haber perdido el sentido para atribuir á la misma palabra una multitud de significaciones. Desde el momento en que habeis designado un objeto único, habeis determinado alguna cosa, habeis admitido implicitamente el Principio. Pretender, por lo contrario, que el hombre y lo que no es el hombre son la misma cosa, equivale á decir, que no hay nada determinado; es destruir el lenguaje, es hacer el pensamiento imposible, porque todo pensamiento, expresado ó no, debe recaer sobre algo determinado, y la existencia sola del pensamiento desmiente las aserciones de los sofistas.

Por otra parte, no puede pretenderse que el mismo sér existe y no existe, y que nada es determinado, sin negar al mismo tiempo la existencia de la forma y de la esencia de los séres. Si el hombre y el no-hombre, hablando como Aristóteles, son idénticos, no existe nada que constituya la esencia del hombre, todo es accidental en el mundo, y no puede haber ningun principio universal. Pero el accidente es siempre el atributo de un sujeto, y si no hay sujeto determinado, será preciso prolongar hasta el infinito la cadena de los accidentes, y decir que no hay más que accidentes de accidentes, lo cual es imposible. Necesariamente hay una sustancia determinada, y de aquí se deduce un argumento invencible contra la posibilidad de la existencia simultánea en el mismo individuo de las cosas contradictorias y de las contrarias.

Otra consecuencia de estos sistemas es, que todo es toda cosa, y que sólo existe una cosa sola. Porque si todas las afirmaciones contradictorias son verdaderas, si, como dice Protágoras, la opinion de cada hombre constituye la verdad, el hombre es una galera, y la galera es un hombre, y el mundo es un cáos, una mezcla de elementos, y esa primitiva confusion de que hablaba Anaxagoras. Despues de todo, los escépticos se han encargado de destruir ellos mismos su sistema. Afirman que todo es verdadero ó que todo es falso; pero entonces una de dos cosas: ó su asercion no admite ninguna excepcion, y en este caso se destruye á sí misma; ó la única cosa verdadera es esta misma asercion; de que todo es falso ó que todo es verdadero, lo cual equivale á admitir que hay un principio verdadero en el acto mismo de pretender que no hay ni verdad ni falsedad (porque si todo es verdadero, todo es falso, y recíprocamente), y esto equivale á edificar con una mano y destruir con la otra. El consuelo que queda, como observa Aristóteles, es, que es mucho más fácil proclamar el escepticismo, que ponerlo en práctica. Los que en su tiempo rehusaban especulativamente admitir la distincion de lo verdadero y de lo falso, nunca dejaron de dedicarse á sus negocios; iban á Megara y evitaban el precipicio en que podian caer, dando así un mentis formal á sus principios.

Sin embargo, á pesar de lo absurdo de todas estas doctrinas, Aristóteles