que es un poco avaro... pero, ¡calle! en hablando del ruin de Roma, cátale aquí que asoma. ¿Véis aquél que viene por debajo del arco de San Felipe, á pie, embozado en una capa oscura, y precedido de un solo criado con una linterna? Ahora llega frente al retablo.
¿Reparásteis, al desembozarse para saludar á la imagen, la encomienda que brilla en su pecho?
A no ser por ese noble distintivo, cualquiera le creería un lonjista de la calle de Culebras... Pues ese es el padre en cuestión; mirad como la gente del pueblo le abre paso y le saluda.
Toda Sevilla le conoce por su colosal fortuna. El solo tiene más ducados de oro en sus arcas que soldados mantiene nuestro señor el rey don Felipe; y con sus galeones podría formar una escuadra suficiente á resistir á la del Gran Turco...
Mirad, mirad ese grupo de señores graves: esos son los caballeros veinticuatros. ¡Hola, hola! También está aquí el flamencote, á quien se dice que no han echado ya el guante los señores de la cruz verde, merced á su influjo con los maguates de Madrid... Este no viene á la iglesia más que á oir música... No, pues si maese Pérez no le arranca con su órgano lágrimas como puños, bien se puede asegurar que no tiene su alma en su armario, sino friyéndose en las calderas de Pero Botero... ¡Ay, vecina! Malo... malo... presumo que vamos á tener