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Gustavo A. Becquer.

fortaleza habían disparado sus arcos en la dirección en que oyeron moverse las ramas.

La mora, herida de muerte, logró, sin embargo, arrastrarse á la entrada del subterráneo, y penetrar hasta el fondo, donde se encontraba el caballero. Este, al verla cubierta de sangre, y próxima á morir, volvió en su razón, y conociendo la enormidad del pecado que tan duramente expiaban, volvió los ojos al cielo, tomó el agua que su amante le ofrecía, y sin acercársela á sus labios, preguntó á la mora: ¿Quieres ser cristiana? ¿Quieres morir en mi religión, y si me salvo, salvarte conmigo? La mora, que había caído al suelo desvanecida con la falta de la sangre, hizo un movimiento imperceptible con la cabeza, sobre la cual derramó el caballero el agua bautismal, invocando el nombre del Todopoderoso.

Al otro día, el soldado que disparó la saeta vio un rastro de sangre á la orilla del río, y siguiéndolo, entró en la cueva, donde encontró los cadáveres del caballero y su amada, que aún vienen por las noches á vagar por estos contornos.